El tecnócrata colombiano: así es la élite que mantiene el status quo

Artículo tomado del portal La Silla Vacía

La tecnocracia en Colombia es una élite con características sociales e intelectuales muy homogéneas. En el libro que publicaremos próximamente, encontramos seis rasgos que la definen como un grupo de poder que, a partir del Frente Nacional, y con mayor fuerza desde la Constitución de 1991, ha tenido la capacidad de incidir de forma significativa en los asuntos de gobierno. Los elementos que los distinguen como élite son:

Primero, son economistas con un alto nivel de formación académica. La mayoría estudiaron en universidades privadas de Bogotá (particularmente, en Los Andes) y posteriormente hicieron doctorados en universidades anglosajonas. Estos economistas en algún momento de su vida pasaron por el Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (CEDE), Fedesarrollo o la Asociación Nacional de Instituciones Financieras.

Segundo, son un grupo en el cual predomina la unanimidad intelectual en torno al gradualismo o el incrementalismo, pues casi todos los tecnócratas usan la consigna de “construir sobre lo construido”. Hablan con orgullo sobre los progresos del pasado, critican la cultura de la derrota o la fracasomanía –en los términos de Albert Hirschman–, y defienden a ultranza los derechos de propiedad privada y las reglas de juego preestablecidas en los contratos. Por eso gran parte de los tecnócratas se han matriculado en las escuelas del (neo)institucionalismo. 

Tercero, son un grupo con una alta composición masculina. Este predominio de los hombres es notorio en los nichos donde la tecnocracia se ha instalado en las instituciones públicas. Por ejemplo, nunca en la historia del Ministerio de Hacienda y la gerencia general del Banco de la República una mujer ha ocupado el máximo cargo directivo. Y es llamativo que en el Banco de la República, la institución que reúne “la tecnocracia más sofisticada del Estado colombiano” según las palabras de Armando Montenegro, tan sólo el 14% de quienes integraron su junta directiva hayan sido mujeres.

Cuarto, los tecnócratas comparten una ortodoxia en el manejo macroeconómico. Es decir, esta élite del conocimiento plantea que la seriedad de la política económica se define a través de esfuerzos permanentes por reducir el déficit de la balanza de pagos, reducir el déficit fiscal y controlar la inflación. 

Eso se ve reflejado en posturas rígidas como el rechazo a la emisión monetaria por parte del Banco de la República; el establecimiento de altas tasas de interés para frenar o evitar fenómenos inflacionarios; el respeto irrestricto a la regla fiscal y el auspicio de medidas tributarias para promover las exportaciones minero-energéticas (al ser la principal fuente de exportaciones en Colombia). La tecnocracia tampoco apoya que haya aumentos elevados del salario mínimo porque eso en su visión podría afectar el mercado laboral formal, la creación de empleo y la inflación.  

Al unísono, los tecnócratas resaltan que, gracias a la ortodoxia en el manejo de la política económica y fiscal, Colombia no vivió “la década pérdida” en los años ochenta al igual que los demás países latinoamericanos. También consideran que la economía es resiliente, ya que no ha sufrido gravemente los embates de las crisis financieras internacionales y que las recuperaciones frente a las recesiones globales han sido rápidas (en comparación con sus vecinos). Igualmente, los tecnócratas elogian que en los últimos veinte años se ha controlado muy bien la inflación (por eso existe un consenso de evitar que esta supere los dos dígitos).

Quinto, la tecnocracia colombiana considera que no hay dilema entre intervención estatal y libre mercado. De hecho, piensan que son dos caras de la misma moneda, por eso están de acuerdo con esquemas de privatización en ciertos bienes públicos como la salud, la infraestructura vial y la educación. Precisamente, en el libro que vamos a publicar, observamos que en el discurso de los tecnócratas no existe la palabra “neoliberalismo” y en contraste, se aprecian retóricas que elogian algunas bondades de la apertura económica y las alianzas público-privadas en el sistema de aseguramiento en salud, en el desarrollo vial, y en la ampliación de la cobertura en educación básica primaria, secundaria y universitaria.  

Sexto, los tecnócratas están profundamente desconectados del campo popular. Su lenguaje en cifras y modelos matemáticos no es traducible a amplios sectores de la población. Su visión del mundo no crea simpatías o atracciones fuertes en los sectores populares. Por eso no es sorprendente que los representantes de la tecnocracia sean expertos en fracasar en las urnas. Los últimos casos de Mauricio Cárdenas, Juan Carlos Echeverry y Alejandro Gaviria muestran cómo los tecnócratas no logran trascender de las precandidaturas presidenciales por su baja capacidad de movilización social y electoral. 

De esa forma, la élite de tecnócratas ha sido fundamental para configurar “la singularidad colombiana”, esto es, una estabilidad y un crecimiento económico continuo en medio de violencias e inequidades que se reproducen generacionalmente sin posibilidades ciertas de cierre definitivo. 

Bajo esa lógica, los tecnócratas son los verdaderos guardianes del orden y la estabilidad institucional. Sin embargo, su composición social tan estrecha, el gradualismo que orienta sus decisiones y su visión desconectada del campo popular han impedido que se lleven a cabo grandes reformas a grandes velocidades. Esto ha influido directa o indirectamente en que no logremos como país superar los altos niveles de pobreza, violencia y desigualdad. 

En conclusión, el trabajo académico que estamos desarrollando reflexiona sobre el papel de la tecnocracia como una élite de conocimiento que ha dirigido la política económica y fiscal del gobierno en los últimos treinta años. Por ende, vemos en los tecnócratas los responsables de garantizar un orden económico estable que sirve como carta de negociación frente a los prestamistas y los organismos financieros internacionales.

También los asimila como los encargados de proyectar en el Norte Global una imagen de Colombia como un país que a pesar de experimentar largos ciclos de conflicto armado y de registrar altos niveles de desigualdad social, sigue siendo un territorio propicio para la inversión extranjera, puesto que el Estado logra proteger los activos de los grandes capitalistas, darles un marco jurídico duradero y lo más importante es que se preservan las formas procedimentales de la democracia liberal (elecciones periódicas y competitivas, y alternancia en el poder). 

Pero la deuda de los tecnócratas como élite reside precisamente en que los periodos continuos de crecimiento económico no han garantizado un bienestar para la mayor parte de los sectores poblacionales del país que residen por fuera de la región andina y habitan en zonas fronterizas o de colonización campesina. 

Su visión incrementalista de los progresos de la sociedad ha bloqueado los intentos reformistas a gran escala pues, al final, aunque se reconozcan como liberales, su mentalidad sobre la rapidez y los alcances de los cambios reformistas sigue siendo conservadurista. 

Esta columna fue escrita por los columnistas invitados Jenny Pearce y Juan David Velasco

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