Desde una de las decenas de tiendas que se encuentran en los más de 15.000 kilómetros cuadrados de extensión del sur de Bolívar, Henry –un campesino que habita la región– tiene claro que si habla con algún militar que llegue al local que administra, “es hombre muerto”. Prefiere evitar cualquier contacto con los uniformados. La información que conoce lo pone en la mira de los tres grupos armados que se disputan el control social y las rentas que dejan el oro y el narcotráfico en la zona.